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Cuaderno de notas
Figuritas encontradas — imposibles de abandonar ::: Todo esto debe ser considerado como dicho por un personaje de novela — o más bien por varios. (Barthes) ::: drmoure@yahoo.com.ar ::: Las "versiones al castellano" provienen de mi gusto y parecer
miércoles, 4 de enero de 2017
sábado, 1 de octubre de 2016
Fragmentos sin futuro 19
Durante los últimos tiempos, distintos fragmentos —voces de
ninguna parte bien cercana— me dieron plenamente en la cara; algunos son
principios de historias, otros son finales, y los más: interrupciones a la
mitad; historias todas ellas que nunca escribiré. Imágenes vagas, incompletas,
bajas. Corazones de sangre apagada, detrás de unas risas, o de una burla. Para
pasar y olvidar. Como los cardones de la ruta.
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Me preguntaba el otro
día si será por alguna moda (que ignoro) que las editoriales de poesía de estos
días tienen nombres tan feos.
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La violencia hace que
personas buenas se vuelvan crueles.
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Noto que hay una
tendencia a creer que todo lo que se publica en la Internet (en espacios como
el FaceBook y similares) es cierto; y me pregunto cómo ha ocurrido que el mundo
se ha llenado (mayoritariamente) de boludos o si será que la cantidad se ha
mantenido constante y es la Internet (justamente) la que hace que ahora se note
mejor.
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Pareciera no haber
boca lo suficientemente grande para conmemorar los doscientos años de
independencia... y me quedo esperando la carcajada.
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La primera vez que
escuché aquella declaración: “Yo estoy dispuesto a morir por mis ideales.” Y ya
entonces tuve toda la sensación de que no acordaba conmigo. Aquella sensación
no hizo que me sintiera muy bien que digamos; y, al principio, pensé que era
porque me parecía que siempre habría mejores opciones que morir. Con lo años,
tuve que reconocer que, aun cuando seguía pensando eso de las opciones, no era
eso lo que me molestaba de la dicha declaración. Lo que me molestaba (y me
molesta aún) es que quien la declama lo que en realidad está diciendo es que,
por sus ideales, está dispuesto (como lo probaron no pocos, y lo siguen
probando) a matar.
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La bandera es un
síntoma.
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Primero, dice que el
capital es el mismo demonio.
Después, maldice
porque la selección de fútbol no ganó el campeonato.
Es incapaz de ver que
el campeonato fue organizado por el capital.
Y maldice de nuevo
cuando la izquierda resulta una minoría.
Y pierde las
elecciones.
Y maldice de nuevo
que la democracia sea producto del capital.
Así, fracasa la
izquierda, atendida por sus propios dueños.
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Cuando alguien me
molesta, pero mucho (lo cual, debo admitirlo, no ocurre a menudo), tomo una
hoja y escribo su obituario; sé que, muy probablemente, no será útil a la
brevedad pero, curiosamente (y para mi sorpresa), a los pocos minutos me olvido
del asunto.
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Para ser útil, hay
muchas veces que poseer un don, no basta con el esfuerzo. Pero, cuando no se
tiene el don, se puede poner el esfuerzo al servicio de no ser inútil.
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viernes, 1 de julio de 2016
Fragmentos sin futuro 18
Durante
los últimos tiempos, distintos fragmentos —voces de ninguna parte bien cercana—
me dieron plenamente en la cara; algunos son principios de historias, otros son
finales, y los más: interrupciones a la mitad; historias todas ellas que nunca
escribiré. Imágenes vagas, incompletas, bajas. Corazones de sangre apagada,
detrás de unas risas, o de una burla. Para pasar y olvidar. Como los cardones
de la ruta.
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Vos sabés que escribo y que ando por ahí
diciendo que soy escritor; lo cual es cierto en el sentido estricto dado que
escritor es quien escribe; como también lo son el escribiente, el escribano y
allá lejos, en un país que solía habitar, el escribidor. A lo que voy es a que
a los escritores les gusta usar metáforas, especialmente a los que se presentan
como poetas; y he llegado a la conclusión de que las metáforas son mecanismos
para inteligencias necesitadas de alimento, cuando no miserablemente
mentirosas. Porque, si hay una manera de decir A, nadie que no buscara el
resultado de un engaño diría B y esperaría que el otro entienda A. Ya sé que
alguno te dirá que hay metáforas exquisitas por su belleza o por su
originalidad; pero, claro, estaríamos hablando de menos del uno por ciento del
total de las metáforas que se puede encontrar en esa bolsa que una mayoría
atolondrada llama literatura; mucho menos. Se me da por escribir esto porque,
el otro día, alguien me felicitó por mis metáforas... lo cual es un recurso del
que no saco provecho. Te podrás imaginar lo cuesta arriba que sería si me
pusiera a explicar a un desconocido por qué eso que cree que es una metáfora no
lo es; motivo por el cual no lo hago —para no mencionar que ni mis santos
tendrían la paciencia requerida. Cuando escucho que alguien dice que la poesía
vive gracias a la metáfora, me palpo el bolsillo para asegurarme de que no me
olvidé los fósforos. En suma, que la metáfora es un recurso que la composición de
las palabras permite para estafar al lector. Y no puedo esperar a que se
termine de levantar el cadalso.
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Estaba en Mar del Plata, descansando de
las rutinas del año, eran los primeros diez días de diciembre, lindo momento
para estar ahí, con los turistas todavía lejos y los habitantes ocupados en
preparar las fiestas que se aproximaban; días templados, alguna lluvia
pasajera, el pasado y el presente mezclados con los pasos que sin demasiado
plan andaban por las calles de Stella Maris. Marta se cansaba a las pocas
cuadras pero aguantaba y no decía nada; la edad trae esas cosas: por eso era
que se iba a la cama temprano. Alguna tarde, Silvia, Tatu y yo salíamos a
caminar por Güemes y, a la vuelta, pasábamos por Fátima a comprar la cena;
comprar en aquella rotisería fue siempre un clásico de la familia, la que me
devolvió momentos alegres al comienzo de los noventa. El sábado por la noche,
llegaba la Muni junto con el resto de la compañía de danza: bailaban el domingo
6 por la noche en una suerte de casa dedicada a las artes escénicas la cual no
quedaba en el Centro precisamente sino más allá de la avenida Independencia y
se llamaba El Galpón de las Artes: sobre Jujuy, a media cuadra de Rawson.
Nosotros estábamos en Viamonte a pocos pasos de la avenida Colón y se nos había
roto una de las cubiertas del auto esa misma tarde cuando volvíamos de Miramar,
así que, ya desde ese momento, había decidido que iría caminando —Silvia ya
había visto el mismo espectáculo en Baires y prefirió quedarse en el
departamento para que Marta no estuviera sola y Tatu no saliera de noche; la
verdad era que todos estaban cansados por haber pasado el domingo entero dando
vueltas por ahí. Yo también estaba cansado, pero tenía ganas de ver bailar a la
Muni y la idea de irme caminando por Colón hasta Independencia me atraía, aun
cuando no supiera el porqué; era una especie de bonificación que me regalaba
esa noche. El espectáculo comenzaba a las nueve, así que un poco antes de las
ocho emprendí el camino. No hacía frío pero estaba más fresco que en los días
anteriores; y no había casi nadie por la calle. A las dos cuadras ya me estaba
preguntando si no me estaría metiendo en terreno inseguro al caminar por ahí;
porque, si bien la avenida hasta pasar la Plaza Colón tenía las rotiserías
abiertas y alguno que otro andaba por ahí con alguna bolsa de haber hecho
compras, más allá sabía que la actividad iba a mermar todavía más. De todos
modos, allá seguí con mi camino, sin cambiar el paso y observando la avenida y
las luces, y los sonidos del aire de la noche. Había, además de los sonidos,
otra presencia dando vueltas y hablando, pero llegué al Galpón de las Artes sin
haber podido descifrar qué era lo que me estaba diciendo. Todavía faltaba un
poco para que comenzara la función así que aproveché que había una suerte de
bar instalado medio artesanalmente y me pedí una coca, la cual me fue servida
en un vaso de plástico. El espectáculo fue muy bueno, la pasé muy bien; me hizo
recordar otros tiempos, cuando ir a lugares como aquel Galpón era cosa de todos
los fines de semana; lo mismo que quedarse hasta tarde hablando y tomando lo
que hubiera a la mano y fumando como escuerzos... sí los años setenta y la
primera parte de los ochenta. Saludé a la Muni, quien estaba muy contenta de
que hubiera ido, e inicié el camino de regreso. Pensé en tomar un colectivo;
pero, entre que lo pensaba y evaluaba las posibilidades, llegué hasta Colón y,
sin mucho más que meditar ya estaba encaminado hacia el departamento. Y fue
pasando la calesita de la plaza cuando la voz que me había estado hablando todo
el tiempo en la ida se hizo entender; y me detuve una cuadra después, en la
esquina, y miré la subida que hace la avenida antes de llegar a la costa, y las
luces de la calle y las de los negocios, muchos de los cuales ya estaba cerrando,
y fui testigo de cómo eso que miraba se superponía con otras imágenes, de hacía
más de veinte años, de los últimos días del otoño de 1983: Laura y yo, por esa
misma avenida, arropados contra el frío mientras buscábamos un lugar, barato,
donde cenar. Y me di cuenta de que tendría que dejar que esa historia se tejiera
donde pudieras verla; que veinte años es mucho tiempo para apretar una mordaza.
Por eso fue que te conté esto ahora, para dejar la puerta entornada; para que
sepas que las historias tristes también se cuidan y llega un día cuando deciden
cambiar de vereda, pasar de una sombra a otra; y otra.
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viernes, 1 de abril de 2016
Fragmentos sin futuro 17
Durante
los últimos tiempos, distintos fragmentos —voces de ninguna parte bien cercana—
me dieron plenamente en la cara; algunos son principios de historias, otros son
finales, y los más: interrupciones a la mitad; historias todas ellas que nunca
escribiré. Imágenes vagas, incompletas, bajas. Corazones de sangre apagada,
detrás de unas risas, o de una burla. Para pasar y olvidar. Como los cardones
de la ruta.
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Muy poco me gusta de lo que gusta.
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Las características que está tomando la
mediocridad me asustan.
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Pasado un rato, el ruido bien podría
llamarse a descanso.
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Este hueco
extraño
en la mano
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Escribí unas líneas más de la historia
que me ocupa estos días y me pregunté si llegaré a terminarla. (03.01.16)
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Son pasadas las cinco de la tarde y el
pie no me ha dolido en todo el día; ni siquiera después de haber caminado más
de cuatro kilómetros. Mi parte supersticiosa se pregunta si no será que algo
malo está por pasar.
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domingo, 17 de enero de 2016
Sporran — unas letras
Dibujo + foto + filtros : Colman
Lugar : La compu del primer piso de la librería Stevenson
Baires 1997
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sábado, 16 de enero de 2016
Enter — Valentïn
The long road is a rainbow and the pot of gold lies there. S
o slip the chain and I'm off again —
You'll find me everywhere. I'm a Rover.
Ian Anderson (Jethro Tull - Heavy Horses - Rover - 1978)
o slip the chain and I'm off again —
You'll find me everywhere. I'm a Rover.
Ian Anderson (Jethro Tull - Heavy Horses - Rover - 1978)
Foto + filtros : Colman
Lugar : Baires
Abril de 2007
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viernes, 15 de enero de 2016
Tres del Empedrado
Suelo del pasaje
Foto + filtros : Colman (incluye títulos de la tapa del libro)
Lugar : Pasaje Matorras - Baires 1996
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Gato tras la noche
Dibujo + foto + filtros : Colman
Lugar : La compu del primer piso de la librería Stevenson - Baires 1997
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Progreso bajo la tarde
Foto + filtros : Colman
Lugar : Mar del Plata - Los Troncos
Provincia de Baires 1999
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jueves, 14 de enero de 2016
miércoles, 13 de enero de 2016
martes, 12 de enero de 2016
lunes, 11 de enero de 2016
viernes, 1 de enero de 2016
Fragmentos sin futuro 16
Durante los últimos tiempos, distintos fragmentos —voces de ninguna parte bien cercana— me dieron plenamente en la cara; algunos son principios de historias, otros son finales, y los más: interrupciones a la mitad; historias todas ellas que nunca escribiré. Imágenes vagas, incompletas, bajas. Corazones de sangre apagada, detrás de unas risas, o de una burla. Para pasar y olvidar. Como los cardones de la ruta.
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Me parece muy bien que la gente silbe por la calle.
Es una lástima en lo que toca a la elección musical.
Comprendo que Bach pudiera resultar un tanto complicado.
Pero Beethoven bien podría estar más al alcance de la mano... o, dado el caso, de los labios.
(Hasta me conformaría con Strauss.)
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Tuve que ir hasta la sección de libros más viejos de la biblioteca, la mayoría de ellos ya leídos, para una consulta de poca consecuencia y me encontré con Sartre... claro está que no con el Sartre de carne y hueso, calculo que me entendiste bien, sino con sus libros; y justo ahí, sobresalientes, los tres volúmenes de “Los caminos de la libertad”, editados por la inestimable Losada. Y, tal como es costumbre, aquella visión llegó acompañada de otras pertenecientes a la misma época de su adquisición. Los tres habían sido comprados, en agosto de 1978, en La Casona de Iván Grondona, en la calle Montevideo, a pasos de Corrientes; en cuyo sótano Ecos del Viento dio dos recitales poco después, en octubre y en diciembre; mismo lugar donde, años más tarde, estaría la librería Gandhi. Aquel año leí el primero, “La edad de la razón”; recuerdo claramente haberme bajado del 92 con el libro en la mano e ir caminando por Santa Fe hacia Billinghurst. Lo terminé en septiembre y no recuerdo por qué fue que dejé los otros dos sin leer; estaba claro que tenía la intención de hacerlo, por eso había comprado los tres juntos... pero no fue así. Lo cierto es que ya llevo leída más de la mitad del primer volumen; algunas hojas a media mañana y otro tanto luego del almuerzo. Y cada vez que veo, en aquella letra conocida, que en la primera hoja dice “septiembre 1978”, me detengo con un pie sobre el cordón y miro con mucho cuidado antes de cruzar Billinghurst. (03.10.15)
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Me molesta, y no poco, que los noticieros se hayan transformado en programas de espectáculos; o sea: de diversión.
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Cuando estudiaba inglés, allá por los sesenta, leíamos Stevenson, Dickens, Maugham, Wells... A juzgar por los libros que se utilizan ahora, para estudiar inglés hoy, se comienza por ser un tilingo insuperable.
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Todas las mañanas acompaño a Tatu hasta la escuela; salimos a las ocho y por el camino nos cruzamos con un montón de pibes que también van a clases; algunos van solos, otros van con sus padres o abuelos, algunos de a dos, otros de a tres... Estas salidas diarias me han enseñado que, para saber cómo anda el sistema educativo, basta con observar la cara que estos chicos llevan a la escuela.
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Los personajes de Sartre tienen esta cosa atractivamente siniestra (también podría llamarla siniestramente atractiva —como para no privilegiar un aspecto sobre el otro); por ejemplo uno dice: “Este champán es una porquería”, y enseguida: “Sírveme otra copa.”
(Como ves, utilicé el tuteo en lugar del voseo para no alejarme del tono de los traductores de los cuarenta.)
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Me estaba acordando ayer de la vez cuando me dijiste que el orden, cualquier orden, nunca era inocente.
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lunes, 28 de diciembre de 2015
sábado, 26 de diciembre de 2015
jueves, 17 de diciembre de 2015
jueves, 10 de diciembre de 2015
sábado, 5 de diciembre de 2015
miércoles, 2 de diciembre de 2015
sábado, 28 de noviembre de 2015
martes, 24 de noviembre de 2015
martes, 17 de noviembre de 2015
domingo, 15 de noviembre de 2015
sábado, 14 de noviembre de 2015
viernes, 13 de noviembre de 2015
jueves, 12 de noviembre de 2015
miércoles, 11 de noviembre de 2015
martes, 10 de noviembre de 2015
lunes, 9 de noviembre de 2015
domingo, 8 de noviembre de 2015
sábado, 7 de noviembre de 2015
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