Figuritas encontradas — imposibles de abandonar ::: Todo esto debe ser considerado como dicho por un personaje de novela — o más bien por varios. (Barthes) ::: drmoure@yahoo.com.ar ::: Las "versiones al castellano" provienen de mi gusto y parecer
viernes, 6 de noviembre de 2009
El problema
Y ahí se nos vino el Comodoro Augorto, sin parar en su camino desde la puerta, y se nos sentó como si lo hubiéramos invitado.
—El problema... —dijo y se detuvo para ver si ya estábamos en la red—. El problema es que hay unos cuantos que se sostienen en el narcisismo poético.
Mi mesa y yo nos miramos (sin mirarnos de verdad, claro) e intercambiamos una sonrisa (de nuevo, sin sonrisa que se viera). Tal vez porque sabíamos bien de esos sustantivos (no muchos) que, cuando declinados hacia el adjetivo, hacen del mundo (en este caso el salón donde en unos minutos comenzaría la lectura de poemas) un lugar que mejor no frecuentar.
—El problema... —volvió a comenzar el Comodoro aun cuando la red ya se había rasgado en varias partes—. El problema es que hay que hacerles frente y darles una buena.
Mi mesa profundizó el silencio que ya habíamos instalado desde la llegada de Augorto (alguna otra vez deberé contarte por qué lo llamamos el Comodoro; baste por ahora decir que él no sabe que lo llamamos así).
Te decía sobre el silencio... No obstante el cual, mi mesa lo frenó y dijo:
—Claro que, enfrentar a ése que, según creés, anda subido a un narcisismo poético sería propiciar un duelo entre narcisismos... —acá se interrumpió como quien oye un sonido que antes no estaba—. No sé qué tan importante pueda ser el que sea poético —se detuvo otro momento—. Como ese asunto del que se habló hace un tiempo; bueno, en realidad fueron dos o tres los que hablaron aun cuando insistieran en decir que era lo que la gente decía por la calle... Aquel asunto, decía, del yo poético. Cosa de chiste parecía. Si hasta se notaba que del yo a secas tampoco sabían ni medio.
El Comodoro se mantuvo impávido (ésta pose es uno de sus mayores y más apreciados logros). No prosiguió, pero asintió con la cabeza (un movimiento casi imperceptible, tanto que apenas mi mesa y yo pudimos notarlo).
Se mantuvo sentado unos minutos más, y se fue a la mesa que estaba casi frente a la tarima, una mesa ruidosa, mucho más si la compararas con la mía. Una vez ahí, sentado y con el cuerpo inclinado hacia adelante, mi mesa y yo escuchamos el movimiento de sus labios:
—El problema...
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