lunes, 17 de mayo de 2010

Tempranito



Atravesó calles y calles que no recordaba haber recorrido nunca. El cansancio le vencía las piernas, respiraba entrecortadamente... Pero seguía corriendo con el ataúd entre los brazos. Hasta que la oscuridad fue haciéndose menos espesa y poco a poco comenzó a vislumbrar las casas con sus postigos aún cerrados y sus puertas como agujeros silenciosos. Pronto el sol doró los muros y empezaron a entornarse algunas ventanas. Mujeres despeinadas y somnolientas se asomaron y lo contemplaron pasar con asombro.

Y el muerto sonreía, confiado, entre sus brazos, como un gran muñeco con cara de viejo.



---

Marta Lehmann
El llamado

Después de la fiebre

Troquel, BA, 1963
[ p.27 ]

---