martes, 3 de abril de 2007

Eugenio Trías - Escritura



Escribir es inscribir algo en la carne. Es tatuar al que lee.




La escritura no es nunca «reflejo» de la realidad. O es reflejo de la única realidad: los nervios. La escritura es reflejo nervioso.




El criterio de verdad de un enunciado es siempre la amplitud de su capacidad de seducción.




Las palabras son dardos que se clavan en la piel, son excitantes… ellas, ellas provocan posturas, reacciones…

Pero. ¡Por favor! ¡Que no se diga que «vehiculan» ideas…! Son ellas su propia idea y no tengo idea de que haya, detrás o delante o en algún sitio, algo que no sea, a lo más, el efecto de un escozor, un efecto de superficie, a flor de piel.




El «sentido» o la «idea» de una palabra o frase es ésa pues, o la cicatriz de una herida o picadura.




A muchos individuos anémicos y desangelados no les irritan las «ideas» de un escrito mínimamente interesante. Les irrita el «lenguaje» en que está escrito: ciertas imágenes o metáforas… ¡Son atentados a su mitología!




La buena crítica consiste en el reconocimiento de las cicatrices que ha dejado un escrito en el lector.




El buen crítico no se limita a colocarse vendajes en la herida, o a exhibir públicamente heridas y gasas… contra ese espectáculo de tan mal gusto sólo cabe una actitud un poco digna: tender el arco.




El sentido de un escrito es el humor con que deja al que lo lee.




Las flechas a veces resbalan y el crítico debe saber por qué. Ese es su arte: debe saber si es debido a que las flechas son endebles o a que la piel es «resbaladiza».




Una buena flecha penetra en cualquier piel, a menos que sea una «piel de elefante» (para esa piel hay también remedio: la lanza).




Hay flechas de papel que parecen lanzas. Pero hay espíritus finos que esconden la lanza en flechas de papel.




A veces, las flechas de papel, con todo, hacen diana y llegan al lugar más débil, al ojo por ejemplo. Y esto los críticos lo deben saber siempre.




No se lee porque se teme.




Algunos críticos confunden las flechas de papel con el Napalm. ¡Tienen el rostro tan desfigurado y contrahecho cuando critican!




Crítica diamantina. Yo pediría a los críticos más dureza, una piel más dura, y también más fina…




El crítico «irritado» es a la vez blando y grosero. Exhibe su debilidad… Y la exhibe «sin querer», es decir, de la peor forma…




¿Queréis tener una buena información acerca del crítico? Reparad en sus «acusaciones» o «denuncias». Son agujeros a través de los cuales se ve su alma.




Con frecuencia la crítica informa más acerca del crítico que acerca de lo que éste critica.




Muchos piden a Fulano una información sobre Zutano. Yo siempre la pido para obtener una información sobre Fulano.




La escritura es lo más parecido a un tatuaje.




¿Me entendéis por «lo que» digo o por el «modo como» lo digo?




Hay quienes liberan su frustración de homicidas leyendo… llenan las páginas de exclamaciones, interrogaciones… (tradúzcase: puñales, bombas…)




Se echa de menos un tratado que lleve por título Crítica de la razón estratégica.




Se dice que la letra mata, que leer es «empobrecerse», que el libro es el cadáver o cementerio de la idea…

Toda esa estúpida cháchara sobre la «letra impresa» olvida que sólo mata la letra si no se la toma a la letra; si no se la percibe como lo único que es: mancha física, corporeidad, carne y sangre sobre el papel… Si la tomamos literalmente, entonces se nos anima y nos hiere, duele o satisface… ¡Vive!




Nunca pienso en hacer «bien» con lo que escribo. No propago ni distribuyo ideas, «buenas ideas». Y es que no propago nada… o mejor: propago un reflejo, un mero reflejo eléctrico o nervioso…




Sólo escribo para viajar o volar. Quizá otros se eleven también al verme.




Escribir es un acto fisiológico.




Escribir es aventurarse en la tundra, esa tundra de papel recién estrenado, nieve virgen a punto de salvarse.
¡Ved como avanza, ella, la pluma!




No resisto la pasión de decir al fin quién soy: soy una mano que escribe aquí, ahora, o unos dedos que atienden el momento de instalar un cigarrillo en los labios, unos labios quizá o unos pulmones; o un registro inhábil de cierto olor a humedad o la audición lejana de un lamento marítimo, soy quizá ese recuerdo de una noche de estío, noche de amor. ¿Quizá? O soy… soy un instante, un santo y dulce instante que dispuso un Dios a su solaz, aquella noche de verano perdida entre recuerdos, pluma en mano, respirando la humedad, fumando y sin poder resistir esa pasión irrefrenable de decir al fin que soy también aquella mano, aquellos dedos, aquellos labios…





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Eugenio Trías
La Dispersión
Taurus - 1971
[ p.69-75 ]

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