sábado, 13 de septiembre de 2008

Como en el rebaño de los poetas del espectáculo



El ex potrillo de Mario, cuya cabeza desaparece por completo bajo la máscara de las enormes anteojeras historiadas de cobre, marcha también; no puede precisarse si empujado, arrastrado o llevado en vilo; pero es indudable que va integrando el poderoso y apiñado conjunto que se desplaza lenta y pesadamente hacia el camino, entre azotes y gritos. Una fuerza más poderosa que la suya —no importa el nombre— se ha apoderado de su individualidad rebelde y... ¿qué puede hacer el pobre Mandinga? En vano ha empleado todo su vigor y su inteligencia: Si quiere abalanzarse, no levanta ni un palmo las formidables varas de fresno que lo encierran como en un brete y a las que está estrechamente ligado por recias trabas de suela de cinco dedos de ancho; si trata de disparar, es como si su pecho tropezara contra la resistencia de un muro elástico; si pretende torcer el rumbo, en seguida se siente enderezado por el tirón brutal de los cadeneros; si quiere echarse a muerto, sus patas no tocan el suelo, porque la barriguera lo levanta y lo sostiene en el aire; si se sienta en la retranca y con las patas muy rígidas hace gravitar todo su peso hacia atrás; la fuerza de sus diez y nueve compañeros, unida bajo la disciplina del látigo, lo arrastra como si no fuera un caballo, como si fuera una bolsa vacía que hubiesen puesto en las varas...



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Benito Lynch
A la fuerza

De los campos porteños

Ediciones Troquel
BA - 1966
[ pp.84-85 ]

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