miércoles, 7 de marzo de 2012

Libros viejos




Tengo por costumbre creer que las cosas que me pasan no son comunes al resto de las personas, sobre todo en lo que respecta a los sentimientos —en tiempos idos, creía lo contrario y me encontré con desilusiones de no baja talla.

Por ejemplo: la sensación que me invade al leer un libro usado, sobre todo si es viejo —y, cuando digo viejo, me refiero a esos libros que tienen fechas de imprenta anteriores a mi nacimiento o de los años cuando estaba en la escuela primaria.

Ahora, estoy leyendo un ejemplar de “Far Away and Long Ago”, de Hudson, que tiene un sello de Mackern’s, la vieja librería de la calle Sarmiento a la que papá solía ir cuando nos pedían lecturas desde la escuela o, cada tanto y sencillamente, porque le quedaba cerca cuando salía del trabajo.

La edición es de 1947 por lo que es de suponer que fue comprado en algún momento posterior a ese año aunque cercano; y tiene en la primera hoja, esa hoja blanca de rigor que va pegada a las tapas, duras en este caso, escrito en tinta el nombre de uno de sus lectores, una mujer: Myra Glotkin —este nombre está en birome, lo cual me hace pensar que no fue su primer lector (este pensamiento fue exagerado; supuse que la birome no se había inventado en 1947, pero resulta que sí, que fue inventada en 1938, en Hungría, por Ladislao Biro; así que bien pudo haber sido la señorita Glotkin su primera lectora allá por el ’47 o poco después).

También tiene diversas anotaciones en lápiz a lo largo de sus páginas: significados de palabras y fonéticas para pronunciación; lo cual indica que esta lectora o algún otro lector utilizó este libro en su aprendizaje del idioma inglés tal como yo lo hice con otros libros cuando tenía entre cinco y diez años.

La edición es de J M Dent and Sons —de la calle Bedford, en Londres— y en la retiración de la portada interior dice: “This book is produced in complete conformity with the authorized economy standards”, leyenda obligatoria y que recuerda la economía de post-guerra: duros años para el pueblo británico —lo cual lleva a pensar acerca de las contraindicaciones que presenta ganar una guerra.

Después de la hoja blanca mencionada más arriba, viene una página en blanco y, en su retiración, hay una lista de títulos publicados por la editorial. Lo interesante de esta lista es que se trata de libros destinados a los jóvenes adolescentes, y ¿qué autores incluye?: Thackeray, Dickens, Conrad, Eliot, Austen, Scott, Brontë (Charlotte), Bunyan, Swift... de este último se anuncia “Gulliver’s Travels” y se aclara: “Passages unsuitable for school use deleted” (decíme si no es devastador) —a pesar de la salvedad relacionada con Swift, cabría preguntarse por qué los adolescentes de entonces no frecuentaban las mismas lecturas que los de hoy.

Ahora bien, lo que viene a cuento de mis sensaciones es esta cosa de cómo el tiempo tiene su estilo: el modo como deja sus marcas.

Esas personas que leyeron este libro comenzando hace más de 60 años, son también yo. Con la diferencia que viene de tomar como referente al mismo Hudson: la edición fue impresa más de 100 años después de su nacimiento (que fue en 1841), pero ahora hace ya 90 de su muerte. Y en esas páginas cuenta cómo eran sus días cuando tenía 6 años y pocos más; o sea que estamos hablando de los últimos días del gobierno de Rosas: había niños jugando por las pampas mientras que otros, humanos de más edad, se mataban a cuchillo en las calles de Buenos Ayres y de otras ciudades y pueblos no muy lejanos.

Así, estas sensaciones y pensamientos que se me vienen no son comunes al resto de las personas; nada más tengo que salir a la calle para comprobarlo.





















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