La puerta no se cierra ni de día ni de
noche
y el mar es el cliente mejor de la
taberna,
que tiene un nombre ambiguo de tienda de
perfume
lejano de las algas y enemigo del viento.
—¿Mariano, a qué vienes? —Vengo de las
estrellas.
Allí se bebe brisa y no cuesta nada ...
—¿Y qué buscas en la tierra? —Busco un
hombro moreno
donde pueda a la noche deshojar mi
cabeza.
El farol de la puerta lo ha encendido la
tarde;
alguien canta lejano en idioma
extranjero;
el mostrador se llena de aguardiente y de
risa
y los hombres discuten de mujeres y
barcos.
“Te pareces a un novio que yo tuve hace
tiempo;
se tatuó mi nombre y mis dos apellidos,
y cuando no bebía en las noches de luna
me cantaba canciones de su tierra
caliente ...”
Dos marinos ingleses bailan en las
losetas
un loco “typperary” sin ritmo ni
concierto.
La botella de vino espera destapada
la caricia de sangre de una sien
dolorida.
—Oye, ¿Cómo te llamas? —¡Qué te importa
mi nombre!
¡Estrella! ¡Rosa! ¡Carmen! Dime tú como
quieras;
el mar nos ha quitado la patria y la
memoria
y no sabemos nunca el día en que vivimos.
La vieja de las flores, en su locura
mansa,
va repartiendo, alegre, billetes del
tranvía.
Dicen que tuvo un hijo galán y marinero
y un día de levante le encontraron
ahogado.
¿Qué quieres que te traiga? ¿Un mantón
filipino?
¿Una caja de conchas? ¿La piel de una
sirena?
—Tráeme una caracola grande como tus ojos
y así tendré ya siempre el mar dentro de
casa.
La noche va subiendo por el acantilado,
apagando el gemido de los acordeones.
“La Camelia” se llena de marinos azules
y el dominó sonríe como una dentadura.
Rafael de León
Romance del amor oscuro
Ediciones Musicales Milco. Buenos Aires,
junio de 1957