Tsé-Hu-Tchen, mandarín de Kiusiu, se hallaba reposando en los jardines
de su palacio. De repente, apareció un caballo y le mordió una rodilla.
Min-Tsú, esposa de Tsé-Hu-Tchen, acudió presurosa,
dispuesta a espantar al corcel con una palmeta.
—Déjalo. Déjalo —le dijo Tsé-Hu-Tchen. Poco después
el animal se marchó tan sigiloso como había llegado.
—Debiste haberme permitido que lo asustase —reprochó
Min-Tsú a su marido.
—Bien sabes —dijo entonces Tsé-Hu-Tchen— que ese
caballo puede ser la reencarnación de nuestro amado hijo Ho-Knien-Tsí, muerto
en el combate naval de Ngen-Lasha.
—¡Sigue, sigue! —se quejó la mujer—. ¡Sigue malcriándolo!
Roberto Fontanarrosa
«El mundo ha vivido equivocado»;
Baires, 1983; Ediciones de la Flor
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