(...) escribir es darle al otro la última
palabra y reconocer que la palabra le da al sujeto sus primeras certezas y sus
múltiples incertidumbres. Quienes pueden escuchar aquí un fetichismo del
lenguaje, quizá nunca comprendan que hay una vertiente fetichista en la
escritura porque allí se anticipa la muerte y porque se llama vida al tiempo
lógico de las palabras.
Palabra enuncia aquí el orden simbólico
de los seres parlantes, continuidad de la historia en la discontinuidad de los
cuerpos, acechanza del deseo en el hallazgo poético, sufrimiento del goce en el
enigma insistente de esta necesidad que nunca terminará de escribirse.
Del artículo “La historia no es todo”,
(sin mención de su autor), “Literal”,
Nº 4/5, noviembre 1977, Buenos Aires.
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