Han abundado y abundan los creadores de
indudable talento cuyas valoraciones críticas de sus colegas son por lo menos
discutibles. Schopenhauer dictaminó que Hegel, Fitche y Schelling eran
farsantes de la peor especie; para Saint-Beuve no existió el talento de
Stendhal; Tolstoy consideraba “King Lear” como una de las peores obras
dramáticas jamás perpetradas; George Santayana tildó de “bárbara” la poesía de
Whitman y de Browning; Sartre consideraba a Georges Bataille un místico de
nueva ralea y no entendió a Nabokov; por su parte, Nabokov despreciaba
cordialmente a Freud, Sartre, Faulkner y Conrad, entre otros; Borges deploraba
a Beckett y Bertrand Russell tenía a Heidegger por un cuentista, etc... ¿Para
qué seguir? Cuanta más personalidad tiene un artista o un pensador más probable
es que juzgue con agresiva subjetividad a quienes practican los registros
espirituales que El descarta.
Fernando Savater,
“La república de los intelectuales”,
en «Aleph», Nº 78, julio/sept. 1991,
Manizales, Colombia.
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