jueves, 22 de febrero de 2007

Jean Baudrillard - De la seducción

 
Un destino indeleble recae sobre la seducción. Para la religión fue la estrategia del diablo, ya fuese bruja o amante. La seducción es siempre la del mal. O la del mundo. Es el artificio del mundo. Esta maldición ha permanecido a través de la moral y la filosofía, hoy a través del psicoanálisis y la "liberación del deseo". Puede parecer paradójico que, promocionados los valores del sexo, del mal y de la perversión, festejando hoy todo lo que ha sido maldito su resurrección a menudo programada, la seducción, sin embargo, haya quedado en la sombra —donde incluso ha entrado definitivamente.

El siglo XVIII aún hablaba de ello. Incluso era, con el duelo y el honor, la gran preocupación de las esferas aristocráticas. La Revolución burguesa le ha puesto fin (y las otras, las revoluciones ulteriores, le han puesto fin sin apelación —cada revolución pone fin ante todo a la seducción de las apariencias). La era burguesa está consagrada a la naturaleza y a la producción, cosas muy ajenas y hasta expresamente mortales para la seducción. Y como la sexualidad proviene también, como dice Foucault, de un proceso de producción (de discurso, de palabra y de deseo), no hay nada de sorprendente en el hecho de que la seducción esté todavía más oculta. Seguimos viviendo en la promoción de la naturaleza —ya fuera la en otros tiempos buena naturaleza del alma, o la buena naturaleza material de las cosas, o incluso la naturaleza psíquica del deseo—, la naturaleza persigue su advenimiento a través de todas las metamorfosis de lo reprimido, a través de la liberación de todas las energías, ya sean psíquicas, sociales o materiales.

La seducción nunca es del orden de la naturaleza, sino del artificio —nunca del orden de la energía, sino del signo y del ritual. Por ello todos los grandes sistemas de producción y de interpretación no han cesado de excluirla del campo conceptual —afortunadamente para ella, pues desde el exterior, desde el fondo de este desamparo continúa atormentándolos y amenazándolos de hundimiento. La seducción vela siempre por destruir el orden de Dios, aun cuando éste fuese el de la producción o el del deseo. Para todas las ortodoxias sigue siendo el maleficio y el artificio, una magia negra de desviación de todas las verdades, una conjuración de signos, una exaltación de los signos en su uso maléfico. Todo discurso está amenazado por esta repentina reversibilidad o absorción en sus propios signos, sin rastro de sentido. Por eso todas las disciplinas, que tienen por axioma la coherencia y la finalidad de su discurso, no pueden sino conjurarla. Ahí es donde seducción y feminidad se confunden, se han confundido siempre. Cualquier masculinidad ha estado siempre obsesionada por esta repentina reversibilidad de lo femenino. Seducción y feminidad son ineludibles en cuanto reverso mismo del sexo, del sentido, del poder.

Hoy el exorcismo se hace más violento y sistemático. Entramos en la era de las soluciones finales, la de la revolución sexual, por ejemplo, de la producción y de la gestión de todos los goces liminales y subliminales, micro-procesamiento del deseo cuyo último avatar es la mujer productora de ella misma como mujer y como sexo. Fin de la seducción.

O bien triunfo de la seducción blanda, feminización y erotización blanca y difusa de todas las relaciones en un universo social enervado.

O incluso nada de todo esto. Pues nadie podría ser más grande que la misma seducción, ni siquiera el orden que la destruye.



Jean Baudrillard
«De la seducción»

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