domingo, 4 de marzo de 2007

La poesía que quiero



No es la que ya fue, y sí aquélla que aún no ha sido.

Circula por las grietas del lenguaje, al tiempo que resalta las de nuestra mirada.

No se ajusta al cinturón del progreso; ni siquiera del que avanza hacia el pasado.

Se guarda siempre una carta en la manga.

Ilumina los ojos del caído aun cuando le hable de las sombras.

Danza sobre el filo de un jazmín.

Hace que uno y uno jamás sean dos.

Sostiene con ternura incluso a aquél a quien el lenguaje rechaza.

No reniega de la rima, tampoco de la métrica; pero sí de usarlas como si fueran muletas.

Utiliza, por camino, una lógica que se cierra sobre sí.

Atraviesa puertas sin necesidad de abrirlas.

Desconfía de algunos colores, especialmente del azul.

Tiene un cuchillo en el corazón, pero nunca se queja.

Cuando te araña la espalda, hace que sangre tu pecho.

Con pasión, se apiada de cualquiera, menos del poeta.

Más de dos veces al mes, cena en casa de Huidobro.

Define, con su canto, la suerte de nuestras discusiones.

Suele habitar en la escasez; y también llevarla de viaje por entre la abundancia.

Abandona palabras muertas, pero nunca del todo.

En su territorio, fondo y forma combaten hasta el fuego, hasta volver en cenizas.

Sabe que el silencio —el verdadero— es apenas un descanso previo al vértigo.

No se queda mucho tiempo sobrevolando un mismo lugar; mucho menos, un poema.

Tanto frecuenta ruinas como pistas de baile; en ambas, llora y ríe.

Apenas nos arranca aquello que le pertenece; todo lo que le pertenece.

Cuando se cansa y se va, tarda en regresar. Si le arrancáramos su nombre verdadero, no volvería jamás.

Leerla es un robo que las memorias ajenas permiten.

Ésa que aún no era, ahora ya fue; la que aún no ha sido, más allá de mi mano, ni siquiera me conoce.


<<<


Nota : Estas líneas fueron escritas allá lejos y encontradas al ordenar papeles — creo que, en su mejor parte, siguen vigentes.


<<<