Patricia, su atención pulida como pocas,
detrás del mostrador, los había observado entrar y se había acercado justo para
escuchar las palabras del Francés; fue ella quien los sacó de su ensueño:—¿Vos la
conociste a la Mónika? —le preguntó, a caballo de ese tono confianzudo que se
había propagado por todas partes como una infección y que al Francés no le caía
nada bien. Pero hacía tanto que no se encontraba rodeado de personas que lo
pasó por alto. No es que hubiera muchas en el bar, cinco en total, sin contar
al Duardi; pero ya se había hecho a la idea de no encontrar nunca más a nadie
y, en consecuencia, aquello era un oasis. También sabía que para calmar la sed
bastaba con un vaso de agua; uno solo. Al menos, hasta que la sed regresara.
La observó y
vio que era más joven de lo que había pensado cuando entró. Mucho más joven.
Hizo que recordara aquel club de poetas que había en Olas Grises; aunque, por
causas que le resultaron ajenas, no consiguió recordar bajo qué nombre se
reunían, ni cuantos eran; sí le llegó la impresión de que aquellos artistas no
le habían caído bien, seguramente se hacían llamar poetas, y era por eso.
Sonrió al recordar los días cuando parecían salir desde debajo de cualquier
baldosa; fueron sus tiempos de pisar baldosas flojas, incluso en la lluvia; o
puede que especialmente.
Pensaba en
aquellas cosas y, como quien llega a un lugar que no pensaba visitar, se dio
cuenta de que la chica seguía ahí, parada junto a la mesa, y que no le había
respondido.
—Sí; tuve la suerte
de conocerla... A ella y a todo aquel grupo... Pero fue hace mucho... Es de no
creer lo mucho que hace.
—Yo la admiro
—le dijo Patricia—; no pasa un día que no piense en ella. Y las cosas de este
lugar tienen sus marcas por todas partes.
—Yo no estaría
tan seguro —le dijo, tratando de disimular la incomodidad—; a la Mónika mucho
no le gustaba este lugar...
—No te lo
puedo creer —lo interrumpió, aumentando eso que el Francés percibía como una
invasión—. Eso no puede ser cierto. Este lugar tiene todo lo que se pudiera
querer. Y encima con el mar ahí nomás; pasa salir a caminar después del
trabajo...
El Francés no
pudo con su genio:
—Se puede
salir a caminar por la playa sin haber trabajado... —Pero no se quedó esperando
una respuesta; en realidad, no pretendía ninguna. Miró al Duardi y le
preguntó—: ¿Qué te parece si nos tomamos unas cervezas?... ¿y con algo para
picar? —Hacía tanto que no estaba en un bar; casi esperaba ver entrar al Viejo
en cualquier momento.
—En esta misma
mesa me senté con el Beto... dijo el Duardi, y dejó la oración colgando, un
poco porque sus pensamientos se fueron por las nubes, y otro porque esperaba
que el Francés dijera algo.