miércoles, 16 de enero de 2008

El gesto — el habla — el grito



El movimiento de ese cálamo que traza con tanto placer no cae fuera del cuerpo. A diferencia del signo hablado o escrito, no se separa del cuerpo deseante de quien traza o de la imagen inmediatamente percibida del otro. Sin duda es aún una imagen que se dibuja con la punta del cálamo; pero una imagen que a su vez no se ha separado completamente de lo que representa; lo dibujado del dibujo está casi presente, en persona, en su sombra. La distancia de la sombra o del cálamo no es casi nada. Aquélla que traza, teniendo, ahora, el cálamo, está muy próxima a tocar lo que está muy próximo a ser el otro mismo, salvo una mínima diferencia —la visibilidad, el espaciamiento, la muerte— es indudablemente el origen del signo y la ruptura de la inmediatez; pero es para reducirla lo más posible que se marcan los contornos de la significación. Entonces se piensa el signo a partir de su límite, que no pertenece ni a la naturaleza ni a la convención. Ahora bien, este límite — el de un signo imposible, el de un signo que da el significado, hasta la cosa, en persona, inmediatamente— está necesariamente más cerca del gesto o de la mirada que del habla. Cierta idealidad del sonido se comporta esencialmente como una potencia de abstracción y de mediación. El movimiento del cálamo se enriquece con todos los discursos posibles pero ningún discurso puede reproducirlo sin empobrecerlo y deformarlo. El signo escrito está ausente en el cuerpo pero esta ausencia ya se ha anunciado dentro del elemento visible y etéreo del habla, impotente para imitar el contacto y el movimiento de los cuerpos. El gesto, el de la pasión más bien que el de la necesidad, considerado en su pureza de origen, nos protege contra un habla ya alienante, habla que en sí ya lleva la ausencia y la muerte. Por eso, cuando no precede al habla, la suple, corrige su falta y colma su carencia. El movimiento del cálamo suple todos los discursos que, a una mayor distancia, lo sustituirían. Esta relación de suplementaridad mutua e incesante es el orden del lenguaje. Es el origen del lenguaje, tal como, sin declararlo lo describe (Rousseau) (...) el gesto visible, más natural y más expresivo, puede adjuntarse como un suplemento al habla que, a su vez, es un sustituto del gesto. Este gráfico de la suplementaridad es el origen de las lenguas; separa al gesto y al habla primitivamente unidos en la pureza mítica, absolutamente inmediata y por lo tanto natural, del grito (...)



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Jacques Derrida
De la gramatología
Siglo Veintiuno Editores - México - 1984
[ p.295 ]

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Nota :
Leo a Derrida y no puedo menos que despreciar a esos tilingos que se las saben todas y a esos amargos que se las saben todas — los que, al final, son trocitos de la misma mierda — mismos que, a la primera, aceptan cuanto homenaje ande dando vueltas mientras que, desde su escritura, no hacen otra cosa que buscar que se vea que la viveza criolla les pertenece en todo su esplendor. (Sí ; esto también va por vos que no sabés la distancia entre las nociones de teoría estética y de historia, pero te la das de estar de vuelta tanto de la una como de la otra.)

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